Clarisas Capuchinas

Escondidas con Jesucristo

Las Clarisas Capuchinas son religiosas contemplativas, que viven en una atmosfera de silencio, ya que Dios, a Quien ellas buscan no se encuentra en la agitación, sino que escucha complacido la más grande alabanza: el silencio. Ellas han respondido a su llamado abandonando el mundo y, en clausura, se consagran al sacrificio y a la oración.

Viviendo escondidas, detrás de las rejas, olvidadas, ellas no olvidan a nadie, y su misión es implorar a Dios en nombre de toda la humanidad, presentándole las miserias de un mundo a quien sólo Él puede dar su gracia y luz. Según la expresión de su Madre y Fundadora, ellas son “las cooperadoras de Dios, las coadjutoras de Jesucristo en su sublime trabajo de santificación de las almas, el apoyo y la fuerza de los débiles miembros sufrientes del Cuerpo Místico”.

Como decía Pío XI, aquellos que se consagran, por su vocación, a rezar y hacer penitencia, contribuyen más a la extensión de la Iglesia y a la salvación del género humano que aquellos que labraron la viña del Padre con trabajos exteriores. Pío XII llama a los contemplativos “la parte más ilustre de su rebaño”.

Los conventos y monasterios consagrados a la oración son un testimonio constante de la existencia de Dios. Son preciosos joyeles de la Santa Iglesia, la más pura riqueza de un mundo apenas consciente de su existencia. Para aquellos que tratan de encontrar un sentido en su propia vida, estos monasterios son como luz radiante sobre el candelabro. La paz, alegría y simplicidad que reinan allí manifiestan que las bases sobre las que reposan son sólidas y nos enseñan a construir una vida sobre cimientos inmutables.

Estos conventos son fortalezas espirituales que se oponen al materialismo que destroza tantos buenos valores. Son reservas de un cristianismo puro en medio de una cristiandad decadente.

Santa Clara

Clara tenía 18 años cuando San Francisco predicó la Cuaresma en la Iglesia de San Jorge de Asís. Las palabras inspiradas del Poverello (pobrecito) prendieron una llama en el corazón de Clara; ella lo buscó luego en secreto y le pidió que la ayudara, pues quería vivir “a la manera del Santo Evangelio”.

Seis años antes de este encuentro, al comienzo de su conversión, San Francisco estaba arreglando los muros de San Damián, cuando Dios le reveló que “unas hermanas vivirán aquí tan santamente que brillarán como una gran luz en toda la Iglesia”. San Francisco vio en Clara el comienzo del cumplimiento de esta profecía, reconociendo en ella un alma destinada por Dios a grandes cosas y presagiando las otras que habrían de seguir sus huellas.

El Domingo de Ramos de 1212, Clara, vestida con sus mejores galas, fue a oír la Santa Misa a la Catedral…; serían los últimos momentos en que el mundo la vería.  Por la noche, deja en secreto la casa de su padre, según el consejo de San Francisco, escoltada por su tía y otra compañía. Van a la capilla de la “Porciúncula”, donde San Francisco le corta los cabellos, la viste con una áspera túnica de penitente, el cordón blanco y un espeso velo. Así es como la madre fundadora de las clarisas entró en religión, consagrándose a sí misma al servicio de Jesucristo.

Durante un corto tiempo, San Francisco instaló a Clara en un convento de benedictinas. Pronto su hermana Catalina (conocida actualmente como Santa Inés de Asís), se adjuntó a ella, seguida por otras almas que huían del mundo (posiblemente también su madre y otra hermana). Luego de mucho tiempo, San Francisco obtuvo una vivienda muy pobre, junto a la pobre capilla de San Damián.

Así fue fundada la primera comunidad de “damas pobres” o “clarisas”, como popularmente se llama la segunda orden franciscana.

Estas nuevas hijas de San Francisco sirvieron a Dios en una gran pobreza, estricta penitencia y completo aislamiento del mundo, de acuerdo con la regla que San Francisco les otorgó. Obligada a aceptar por obediencia el cargo de abadesa en 1215 -y reelegida durante 38 años, hasta su muerte- el amor de Clara por la humildad compensó los honores, haciéndole servir calladamente a sus Hermanas. “Cuando la Madre Clara mandaba algo a las Hermanas, lo hacía con tanto temor y humildad que nos asombraba” (proceso de canonización). A pesar de sus sufrimientos físicos, daba a sus Hermanas un admirable ejemplo de celo por la penitencia y la oración. Vivió “escondida con Cristo en Dios”, y aunque enclaustrada, ella era tan conocida como la “rival de San Francisco en la observancia de la perfección evangélica” que fue solemnemente canonizada solamente dos años después de su muerte, por Alejandro IV en 1255.

Durante su vida, Santa Clara defendió valientemente la santa pobreza – principal característica de su Orden – permaneciendo despojada de toda propiedad a fin de poseer enteramente a Dios. Abrazó esta virtud de una manera absoluta, imitando a Nuestro Señor en todas las privaciones de sufrió durante su vida en esta tierra. Su extrema pobreza y desapego de todas las creaturas fueron admiración del Santo Padre. Siendo Jesús su único tesoro, Clara podía decir junto a su seráfico padre San Francisco: “Mi Dios y mi Todo”. Luego de mucho haber insistido ante la Santa Sede, consiguió del Papa Inocencio III “el privilegio de la muy santa pobreza”, que consiste en no aceptar ni rentas ni propiedades, salvo la del propio monasterio. Ello les permite el poder vivir absolutamente abandonadas en las manos de la Divina Providencia, dependiendo de la caridad de los fieles por quienes las clarisas ofrecen sus oraciones y penitencias diarias.  Dos días después de la muerte de santa Clara, Inocencio IV confirmó la regla que ella dejó para sus hijas.

Las Clarisas Capuchinas

Nuevos monasterios Pobres Claras fueron fundados siguiendo el ejemplo de San Damián. Algún tiempo después, varias comunidades se alejaron de la Regla original, lo que reclamaba una reforma para regresar al primitivo ideal de la santa pobreza. En Francia, Dios suscitó a Santa Coleta de Corbia (siglo XV), quien recibió el apoyo de Benedicto XIII para reformar toda la Orden. Ella fundó diecisiete monasterios, reformó muchos otros, y agregó unas Constituciones (Las Constituciones especifican y clarifican ciertos puntos de la Regla) particulares a la Regla de santa Clara (que fueron aprobadas por Pío II). Este fue el origen de las Clarisas Coletinas.

En 1560, en Italia, la venerable madre María Lorenza Longo fundó un monasterio de religiosas franciscanas, cuya dirección fue confiada a los frailes capuchinos. Los capuchinos animaron a las Religiosas a seguir la primitiva Regla de Santa Clara adoptando las Constituciones Capuchinas, formando así la primera comunidad de Clarisas Capuchinas. Una de las características de la rama capuchina es la de “la más alta pobreza”, extendiéndola a no poseer ni siquiera su propio monasterio.

La fundación de los capuchinos de observancia tradicional

El Concilio Vaticano II tuvo como una de sus consecuencias una vasta reforma de las Constituciones de la Orden Capuchina, haciendo imposible a los Religiosos continuar viviendo su regla capuchina según el ideal heredado de San Francisco y Santa Clara. A causa de ello, fray Eugenio (capuchino de la provincia de Lyon, Francia, 1904-1990) deja su comunidad y funda en 1972 una pequeña comunidad de frailes en Verjón (Ain, Francia). Como el número de miembros de esa nueva familia religiosa crecía, la Providencia los llevó a los viñedos de Morgón (Rhone), donde se fundó el convento de San Francisco.

En respuesta al interés despertado por la vocación clarisa, en 1989 los Capuchinos compraron una modesta casita, cerca de su convento, para albergar a las primeras aspirantes. La casa fue bautizada como “La Porciúncula”, en recuerdo de la primera capilla que ocupó San Francisco. En 1990, las 5 primeras aspirantes se presentaron al Padre Guardián de los Capuchinos. Para una primera fundación fueron enviadas a una comunidad de religiosas tradicionales durante dos años. Pasado este tiempo, volvieron a Morgón y vivieron provisoriamente en La Porciúncula. Luego de una novena al padre Viktricius (Capuchino de Baviera, muerto en olor de santidad; 1842-1924), en enero de 1993, se pudo comprar una granja de viticultores que queda a 10 minutos a pie del convento de los Capuchinos. Gracias a la devoción de los frailes y a la generosidad de los bienhechores, la casa pudo transformarse en el Monasterio de Santa Clara, y el 31 de agosto de 1993, las clarisas de Morgón dejaron La Porciúncula para trasladarse allí. La bendición solemne del monasterio tuvo lugar en 1995.

La vida de una Clarisa Capuchina

La Regla de vida de las Hermanas de Santa Clara, es el Santo Evangelio; rezar es su vida; la vida común es su alegría. Claro que nada de eso puede alcanzarse sin renunciarse a sí mismo, tal como lo pide Jesús a sus seguidores. Su vocación, oración e ideal es la simplicidad de Corazón; y la caridad los hace olvidar todas las diferencias de pensamiento, cultura, raza y edad, uniéndolas a todas en Jesucristo. Siempre dispuestas ayudarse las unas a las otras, se reúnen cada día durante media hora para una recreación en la que intercambian fraternalmente sus ideas y experiencias y disfrutan sencillamente de momentos para reír, cantar y tocar música, festejando la gracia de vivir unidas en Dios.

Las clarisas guardan un “Gran Silencio” estricto desde el fin de la jornada hasta las 7:30 hrs (en que termina aproximadamente la Santa Misa de la mañana). El resto de la jornada está guardado por “silencio evangélico”, que evita las conversaciones innecesarias e impone el habla en baja voz. 

Gozan de una atmósfera de soledad, en la que cada hermana dispone de una celda, aunque su vida es de familia y comunidad. La caridad tiene rienda suelta, por lo que Santa Clara decía – siguiendo a San Francisco - : “Si una madre ama y alimenta a su hijo según la carne, mucho más deberías tu amar y alimentar a tu hermana según el espíritu”. En esta atmósfera cada personalidad puede expandirse libremente. La Regla Franciscana, si bien tiende a ser una santa de cada hermana, permite a todas conservar sus diferencias, tal como San Francisco era muy diferente de su “pequeño cordero” Fray León. Las clarisas gozan de tiempo libre, el cual utilizan de acuerdo a sus inclinaciones, siempre bajo la santa obediencia, que es el carácter principal de la vida religiosa.

El “Capítulo de faltas” (que consiste en acusarse a sí misma delante de la comunidad de sus faltas externas) concernientes a la observancia de la Regla alimenta la humildad de la Clarisa. La mortificación se practica gracias al ayuno cotidiano, abstinencia perpetua, pies descalzos (excepto en el invierno), que, junto con otras penitencias, ayudan a la renuncia de sí mismo, haciendo sus oraciones eficaces, pues son inseparables la oración y la penitencia. Si la Regla Franciscana podría parecer austera, es al mismo tiempo muy compasiva, dando siempre un tiempo de adaptación gradual y dispensas cuando es necesario.

Glorificar a Dios, agradecerle, ofrecérsele continuamente, es la aspiración de la Clarisa. El espíritu de alabanza y el de acción de gracias, característica de la orden Franciscana, tiene su primera manifestación, en el Oficio Divino (oración oficial de la Iglesia), que las Hermanas rezan íntegramente en el Coro. Se levantan a media noche para rezar maitines. En un mundo que duerme, asaltado frecuentemente a esa hora por el espíritu de tinieblas, resuena victoriosa la “Vox Ecclesiae” (voz de la Iglesia), que vuelca maternalmente la grandiosa protección de sus oraciones sobre sus hijos. Las Hermanas Legas, que no están obligadas a la recitación del Oficio Divino, dicen el “Oficio de Pater”.

Consagran dos horas por día a la adoración delante del Santísimo Sacramento, además de las otras devociones y oraciones en común (Santo Rosario, Letanías, Vía Crucis). No se impone ningún método de oración mental, y para la lectura espiritual – incluida en el horario – pueden escoger los libros de la biblioteca del monasterio.

“Orare et Laborare”: “Rezar y Trabajar” es la vida de las monjas, así como la de los frailes. San Francisco dice en su testamento: “Yo he trabajado con mis manos y quiero que se continúe trabajando. Deseo firmemente que los frailes trabajen en ocupaciones honestas. La diligencia en el trabajo forma parte de la penitencia normal de la Clarisa, como de la de todo pobre. Sus trabajos incluyen: sacristía, costura (ornamentos, ropa de sacristía, hábitos), confección de sandalias, jardinería y huerto, cocina, lavandería, ensayos de canto (para las Misas cantadas y ceremonias), y mantenimiento general del monasterio. El trabajo específico de las Clarisas de Morgón es la confección de escapularios de San José y de la Tercera Orden Franciscana; y de los “granos de Santa Coleta” (Santa Coleta ha recibido una gracia particular para proteger a aquellas madres que recurren a ella con el fin de dar a luz felizmente a sus hijos. Los granos consisten en una reliquia de la Santa recubierta por una oración compuesta por ella, que la futura madre debe tragar para contar con la asistencia de dicha santa), una antigua tradición clarisa utilizada para las futuras madres y sus hijos.

Vocación a las Clarisas Capuchinas

Las aspirantes deben tener un gran deseo de pasar su vida en la oración y en la unión con Dios. “Necesita un gran corazón, una libertad suficiente como para abrazar las necesidades del mundo entero; delicada como para vivir feliz y pacíficamente con todas sus hermanas, suficientemente fuerte como para seguir a Jesucristo camino al Calvario, y suficientemente fiel a su gracia, como para que el << fiat >> de la Virgen María encuentre un eco en ella. Que sepa que perdiendo la propia vida es como se encuentra la vida verdadera, que las profundas alegrías vienen de la unión al Dios Vivo y que la maternidad espiritual es prometida a aquellas almas para las que Jesucristo es todo.

La postulante debe tener buena salud (no necesariamente robusta), poseer un buen equilibrio psicológico y un buen temperamento. La edad mínima para entrar al convento es de dieciocho años. Las mayores de treinta pueden ser aceptadas excepcionalmente a causa de sus cualidades personales. La aspirante aceptada para vivir en clausura debe – después de un tiempo de “prepostulante” – iniciar su Postulado (seis meses como mínimo). Luego recibe el Hábito de la Orden con el velo blanco, y comienza un noviciado de dos años. Una maestra de novicias le será asignada para cuidarla más particularmente, enseñarle y guiar su conducta e iniciarla en los usos monásticos. Se preparará así a hacer los votos temporarios de pobreza, castidad, obediencia y clausura, y, al cabo de al menos seis meses, será aceptada para hacer los votos solemnes. Los Frailes Capuchinos de Morgón aseguran la dirección espiritual de las clarisas.

Por sus votos, las Religiosas profesan delante de la Iglesia y del mundo que siguen a Nuestro Señor. Hasta las oraciones litúrgicas que recitan dejan de ser una plegaria personal, dado que son injertadas en la oración de la Santa Iglesia, dichas en nombre de la misma Iglesia en unión con la alabanza que tributa a Dios toda la creación. Tal es una de las ventajas del estado religioso.

Almas generosas, leed las palabras de Santa Clara: “Nuestro trabajo aquí abajo dura un poco de tiempo, en tanto que la recompensa es eterna…No te dejes atrapar por la falsa apariencia de un mundo mentiroso” (Carta a Ermentrudis).

Las personas interesadas pueden escribir a la Reverenda Madre Superiora. Hay un cuarto de huéspedes junto al monasterio, pero debe reservarse con cierto tiempo de antelación.

Trucos de la Orden Seráfica

La Orden Seráfica (Orden Franciscana) cuenta con la mayor cantidad de santos y beatos de todas las órdenes (400). He aquí un pequeño ejemplo de los frutos producidos por la rama capuchina de las clarisas.

-Santa Verónica Giuliani (+ 1727)

Italiana, que recibió revelaciones de Nuestro Señor, así como los estigmas.

-Beata Florida Cevoli (+ 1767)

Italiana, humilde discípula de Santa Verónica y abadesa en el mismo monasterio.

-Venerable Sor María Consolata Betrone (+ 1946)

Su misión fue la de propagar el “caminito de amor”, enseñado por Nuestro Señor mismo, por la práctica de un incesante, sonriente y confiado “Jesús, María, yo te amo, salvad las almas”.

Entre los frutos de santidad producidos por los Frailes Menores Capuchinos:

-San Lorenzo de Brindis (+ 1619)

Doctor de la Iglesia, apostólico y marial. Gran místico y humilde “ministro y siervo de todos sus hermanos”.

-San Leopoldo de Castelnovo (+ 1942)

Nacido en Dalmacia, “héroe del confesionario”.

-San Pío de Pietrelcina (+ 1968)

Italiano, es el primer Sacerdote estigmatizado. Uno de sus lemas era. “Rezad, esperad y no os inquietéis”.

Horario de la Comunidad

12:00 hrs  Maitines

4:35   hrs  Levantarse

5:00   hrs  Laudes, Oración, Prima, Tercia y Sta Misa

8:00   hrs  Frústulum (Colación) y tiempo libre

8:30   hrs  Lectura espiritual

8:50   hrs  Obediencia (trabajo)

10:55 hrs  Sexta y Nona

11:35 hrs  Comida

12:55 hrs  Recreación

1:25   hrs   Tiempo libre/siesta (Gran silencio hasta las 13:55 hrs)

2:00  hrs  Vísperas y Rosario

2:40  hrs  Obediencia (trabajo)

5:30  hrs  Completas y Oración

7:00  hrs  Colación

7:15  hrs  Perdón (Gran silencio hasta las 8:00 hrs del día siguiente) 

Tiempo libre

8:15  hrs   Apagar las luces

Para mayor información escribir a: Monastere Ste Claire, Morgon (69910 Villie Morgon – FRANCIA)