Algunas señales de vocación

¿Cuáles son los elementos subsidiarios de que hablan los Papas y que ayudan a ver claramente…?

Ponemos aquí cinco, que demostrarán al joven si tiene derecho… y quizás la obligación de decir: “¡Aquí me tienes, Señor!” Son cinco señales que dan a un candidato llamado a un estado de perfección, la certeza de que puede avanzar con seguridad de conciencia:

1º Comprender que en tal vocación serviré al Señor

En tal vocación serviré al Señor, me santificaré mejor, trabajaré mejor por mi salvación y la salvación de las almas, glorificaré mejor a Dios aquí en la tierra y en el cielo.

Hablando de quienes guardan virginidad por causa del reino de los cielos, Nuestro Señor nos dice que esto no se puede comprender sin una gracia especial: “No todos comprenden esta palabra, sino sólo aquellos a quienes ha sido dado” (Mateo 19, 11). No se trata de saber si, en teoría, la vocación religiosa es más elevada que el camino común; sino de saber si yo, en la práctica, con mis cualidades concretas, serviré mejor al Señor en tal estado. Así pues, si lo comprendo, ya tengo una primera indicación divina.

2º Tener las disposiciones requeridas

En la 15ª Anotación, San Ignacio nos dice que, fuera de los Ejercicios, es “lícito y meritorio” animar, no a todo el mundo, sino a “todas las personas que tengan las disposiciones requeridas”, a elegir “la virginidad, la vida religiosa y toda forma de perfección evangélica”.

Tenemos aquí un elemento indicador muy precioso. Si alguien no tiene las disposiciones requeridas, se puede concluir normalmente (salvo un milagro) que Dios no lo llama… ¡Cuidado! Tal vez Dios lo esté llamando a otra vocación; pero normalmente no a aquella para la cual no reúne las disposiciones requeridas.

Ejemplos de disposiciones requeridas: un mínimo de capacidad intelectual, si hay que realizar estudios; un mínimo de salud, si hay que salir a misionar, etc.; y para toda vocación, tener sentido común.

3º No debe haber contraindicaciones

Sabido es que en medicina existe lo que se llama “contraindicación”; por ejemplo, quien está enfermo del corazón, no puede hacer el trabajo de aviador o de peón, etc.; quien tiene el hígado enfermo, no puede comer demasiado chocolate; quien tiene una mala visión, no puede trabajar en los ferrocarriles, etc..

Del mismo modo, hay “contraindicaciones” para una vocación. Algunas son de derecho natural, otras vienen impuestas por el Derecho Canónico; por ejemplo: un joven, único sostén de una familia pobre, o un hombre que tiene deudas o pleitos judiciales, no puede entrar en el noviciado sin haber solucionado previamente estos problemas; un hijo ilegítimo no puede ser sacerdote. Dígase lo mismo respecto de quienes padecen ciertas taras, o han incurrido en ciertas faltas públicas, por lo menos para ciertas vocaciones; asimismo, cuando un joven ha adquirido ciertas costumbres viciosas de las cuales es muy difícil que consiga corregirse, etc.

Hay en este punto 3º razones de eliminación importantes, que pueden dar luz sobre si se tiene o no vocación.

4º La Renuncia Evangélica

Tengo que aceptar, al entregarme a Dios, la renuncia exigida por la práctica de los consejos evangélicos

“Mejor no hacer voto, que hacerlo y no cumplirlo”, dice el Eclesiástico (5, 4). Si alguien no quisiera, por ejemplo, guardar castidad, pobreza u obediencia, no debe comprometerse en la vida religiosa. Un joven que peca habitualmente contra la castidad, no debe seguir adelante sin haberse corregido de esta mala costumbre: “Una larga castidad, dice San Bernardo, es una segunda virginidad”.

5º Encontrar un Obispo o una Congregación que me acepte.

Esta es la señal oficial del llamamiento de Dios. Si no encontráis ningún Obispo ni Congregación que os acepte, quedaos en paz. Es señal que Dios no os llama.

Sin embargo, ¡cuidado! No hay que juzgar la cosa precipitadamente o sin la debida reflexión. Puede ser que a alguno no le convenga tal o cual Congregación, pero encaje perfectamente bien en tal otra. Del mismo modo, quien juzgue a primera vista que un niño no tiene vocación puede equivocarse. Es legítimo insistir y probar en otro lugar, sobre todo cuando una persona reúne las cuatro señales precedentes.

Se cuenta el siguiente ejemplo: en un Seminario menor se despidió a un seminarista por una tontera. El párroco, conociendo al joven, lo envió a una escuela apostólica en la que el joven hizo grandes progresos, pasó al Seminario mayor, se recibió de teólogo y por fin de sacerdote. Luego llegó a ser un prelado encargado de altas funciones, y un buen día Cardenal. Según la costumbre, la diócesis de origen, honrada de tener revestido de la púrpura cardenalicia a uno de sus hijos, le hizo una gran fiesta en la Catedral. Siguió un banquete que tuvo lugar en el Seminario menor. Al final de la comida, el nuevo Cardenal preguntó al Superior: “¿Podría usted traerme el libro de registro de las entradas?”, y leyó lo consignado en un año en que nadie pensaba ya: “Pizzardo, despedido por falta de vocación”. El Cardenal sacó una lapicera y agregó con humor: “E oggi, Cardinale della Santa Chiesa” (Y hoy, Cardenal de la Santa Iglesia). Se trataba de Su Eminencia el Cardenal Pizzardo, que en aquel tiempo estaba al frente de todos los Seminarios y Universidades del mundo.

Así pues, no hay que juzgar la cosa precipitadamente. ¡Uno puede equivocarse…!

El Derecho Canónico reduce a cuatro las señales de vocación:

  1. La intención recta.
  2. El llamamiento del Obispo.
  3. Las cualidades necesarias.
  4. La ausencia de irregularidades o de impedimentos.

Quien cumple con estas cuatro condiciones, ¿puede entregarse sin temor a equivocarse?

¡Sí…!, aun si no tuviera ganas. (Por supuesto, si sintiera una repugnancia invencible, o si se tratara de una aceptación impuesta por la presión de los padres o familiares, sería otro asunto: en este caso el interesado no cumpliría las condiciones necesarias).

El sabio teólogo Noldin dice: “Todo el que tenga idoneidad e intención recta y aspira al sacerdocio, puede presentarse al Obispo”.

Esta misma enseñanza encontramos también en el Magisterio de la Iglesia.

Enseñanza del Magisterio

La Iglesia, al hablar sobre la formación de los sacerdotes, ha sostenido los mismos principios:

“El deber de suscitar vocaciones incumbe a toda la comunidad cristiana…

“Los maestros… deben esforzarse en hacer florecer la vocación en los jóvenes que les han sido confiados, de modo que puedan oír el llamamiento de Dios y responder a él voluntariamente…

“Esta actividad convergente de todo el pueblo de Dios en favor de las vocaciones responde a la acción de la divina Providencia, que concede a los hombres elegidos por Dios para participar del sacerdocio jerárquico de Cristo, los dones requeridos tanto para llamar como para consagrar al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, con el sello del Espíritu Santo, a los candidatos que dieron pruebas de su idoneidad, y que, con total libertad y recta intención, piden ser investidos de tan alta misión”.