Tiempo de Septuagésima

Fuente: Distrito de México

El tiempo de Septuagésima abarca las tres semanas que preceden a la Cuaresma. Es una de las principales divisiones del Año Litúrgico, y se desarrolla en tres secciones semanales, la primera se llama propiamente Septuagésima, la segunda Sexagésima y la tercera Quincuagésima. La Iglesia durante estos días llama nuestra atención sobre los peligros que hay en nosotros mismos y en las criaturas que nos circundan.

Misterio del Tiempo de Septuagésima

La nota más característica del tiempo en que entramos es la supresión del Alleluia; no volverá a oírse hasta que, habiendo muerto con Cristo, resucitemos con Él para una vida nueva. Es necesario sentir las penalidades de nuestro destierro so pena de quedarnos en medio de Babilonia, conviene, pues, precavernos contra las seducciones de la peligrosa estancia de nuestro cautiverio. Por eso la Iglesia, apiadada de nuestras ilusiones y peligros, nos dirige un solemne aviso. Nos dice que nuestros labios deben purificarse antes de volver a pronunciar el Alleluia; que nuestros corazones, enlodados por el pecado y aficionados a los bienes terrenos, han de ser acrisolados por el arrepentimiento. Después del Gradual, en lugar del triple Alleluia que preparaba nuestros corazones a abrirse para escuchar la voz del Señor con la lectura del Evangelio, oiremos la expresiva melodía del Tracto. Expresará sentimientos de arrepentimiento, de súplica angustiosa, de humilde confianza, sentimientos que nosotros debemos asimilar en estos días.

La Iglesia va a desarrollar a nuestra vista el triste espectáculo de la caída de nuestro primer padre, episodio del que se originaron todas nuestras desgracias y la necesidad de una redención. Llora sobre nosotros y quiere que nos aflijamos con Ella. Aceptemos la ley que se nos impone y, si las piadosas alegrías se suspenden ya para nosotros, caigamos en la cuenta de que es hora de poner un “hasta aquí” a las frivolidades del mundo. Pero, ante todo, rechacemos el pecado; demasiado tiempo ha imperado en nosotros. Cristo se acerca con su Cruz; viene a restaurarlo todo con el fruto superabundante de su sacrificio. No queremos que caiga inútilmente su Sangre sobre nuestras almas como el rocío matutino sobre los arenales todavía calientes del desierto. Confesemos con humilde corazón nuestra condición de pecadores y asemejándonos al publicano del Evangelio, que no osaba levantar los ojos, reconozcamos que es justo se nos prive, por lo menos durante unas semanas, de los cánticos con que nuestros labios pecadores se habían familiarizado demasiado.

También se nos quita el cántico de los ángeles, el Gloría in excelsis Deo, que hemos cantado todos los domingos desde Navidad; sólo podremos cantarlo los días entre semana en que se celebre la fiesta de algún Santo. El Oficio de la noche del domingo perderá igualmente, hasta Pascua, el Himno Ambrosiano, Te Deum laudamus.

Para que también nuestros ojos se den cuenta de que la etapa en que penetramos, es un tiempo de duelo, el color ordinario de los ornamentos será el morado, siempre que no se celebre una fiesta de un Santo.

Práctica del Tiempo de Septuagésima

Comunión en la Pasión de Cristo

El Hijo de María, no nos desampara. Una gloria mayor que la del nacimiento entre los conciertos angélicos le está reservada y debemos participar de ella. Él ha de conquistarla con muchos padecimientos y no la logrará sin la más cruel y afrentosa muerte; si queremos participar del triunfo de su Resurrección, hemos de seguirle en la vía dolorosa, regada con sus lágrimas y teñida con su Sangre. Pronto hará oír su voz la Iglesia invitándonos a la penitencia cuaresmal; pero antes quiere que, en las tres semanas de preparación a ese bautismo trabajoso, nos detengamos a sondear las profundas heridas infligidas a nuestras almas por el pecado. Ya se levanta el altar en que será inmolada la Víctima de la más tremenda justicia. Por nosotros es por quien ha de expiar; urge el tiempo de exigirnos cuentas a nosotros mismos de las obligaciones contraídas con Aquel que se apresta a sacrificar al inocente por los culpables.

Obra de purificación

El misterio de un Dios que se digna hacerse carne por los hombres nos franqueó la pista de la vía iluminativa. Pero todavía nuestros ojos están invitados a contemplar una luz más viva. No se altere, pues, nuestro corazón; los esplendores de Navidad serán sobrepujados el día de la victoria del Emmanuel. Sin embargo, antes deben purificarse nuestros ojos si quieren contemplarlas, escudriñando sin remilgos los abismos de nuestras miserias. No nos escatimará Dios su luz para llevar a cabo esta obra de justicia; y si llegamos a conocernos a nosotros mismos, a conocer cuán profunda es la caída original, a considerar justamente la malicia de nuestras faltas personales, a comprender, en cierto grado al menos, la misericordia inmensa del Señor para con nosotros, estaremos entonces preparados a las expiaciones saludables que nos aguardan y a los goces inefables que han de seguirlas.

Vigilancia

Es evidente que el cristiano en este tiempo, si de veras quiere adentrarse en el espíritu de la Iglesia, ha de dar un “alto aquí” a esa falsa seguridad, a ese conten­tamiento de sí mismo muy arraigado frecuentemente en el fondo de las almas muelles y tibias que cosechan la esterilidad. ¡Felices todavía si tales disposiciones no acarrean insensiblemente la extinción del verdadero sentido cristiano! Quien se cree dispensado de esa continua vigilancia tan recomendada por el Salvador, está ya dominado por el enemigo; quien no siente la necesidad de combate alguno, de lucha alguna para sostenerse, para seguir el sendero del bien, debe temer no se halle en la vía de ese reino de Dios que no se conquista sino a viva fuerza; quien olvida los pecados perdonados por la misericordia de Dios, debe temblar de que sea juguete de peligrosa ilusión. Demos gloria a Dios en estos días que vamos a dedicar a la animosa contemplación de nuestras miserias, y, saquemos, del propio conocimiento de nosotros mismos, nuevos motivos para esperar en Aquel a quien nuestras debilidades y pecados no estorbaron se abajara hasta nosotros, para sublimarnos hasta Sí.