Jueves de la cuarta semana de Cuaresma

En este artículo, veremos la explicación de la colecta, epístola y evangelio del jueves de la cuarta semana de Cuaresma.

La Estación se celebra en San Silvestre - San Martín de los Montes. El antiguo "titulus Equitii" que se atribuyó al papa San Silvestre es de la mitad del siglo tercero. En el siglo VI el papa Símaco (498-511) construyó al lado una basílica en honor de San Martín de Tours, el primer santo no mártir, celebrado en Occidente; pronto la devoción de los romanos le suplantó por el santo papa Martín L. (653). Esta Iglesia fue el primer título cardenalicio de San Carlos Boromeo, y en el siglo XVIII el del Cardenal Beato José María Tommasi sabio liturgista cuyo cuerpo en ella se venera.

COLECTA

Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, a los que nos castigamos con piadosos ayunos, nos alegre también tu santa devoción: para que, mitigados los afectos terrenos, consigamos más fácilmente los celestes. Por el Señor.

LECCIÓN

Lección del libro de los Reyes.

En aquellos días fue la mujer Sunamita a Eliseo, en el monte Carmelo: y, cuando la vio venir el varón de Dios, dijo a su siervo Giezi: He allí a la Sunamita. Vete a su encuentro, y dile: ¿Te va bien a ti, y a tu marido, y a tu hijo? Y ella respondió: Bien. Y, habiendo llegado al varón de Dios, en el monte, se abrazó a sus pies: y se acercó Giezi, para separarla. Y dijo el varón de Dios: Déjala: porque su alma está en la amargura, y el Señor me lo ha ocultado, y no me lo ha indicado. Y ella le dijo: ¿Acaso pedí yo hijo a mí señor? ¿No te dije que no me burlaras? Y él dijo a Giezi: Ciñe tus lomos, y toma mi báculo en tu mano, y vete. Si te encontrare un hombre, no le saludes; y, si te saludare alguien, no le respondas: y pondrás mi báculo sobre la cara del niño. Y dijo la madre del niño: Vive el Señor, y vive tu alma, que no te dejaré. Levantóse entonces él, y la siguió. Y Giezi les había precedido, y había puesto el báculo sobre la cara del niño, el cual no tenía voz ni sentido: y volvió en su busca, y se lo anunció, diciendo: No ha resucitado el niño. Entró entonces Eliseo en la casa, y he aquí que el niño yacía muerto en su lecho: y, entrado que hubo, cerró la puerta detrás de sí, y del niño: y oró al Señor. Y subió, y se acostó sobre el niño: y puso su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre los ojos de él, y sus manos sobre las manos de él, y se tendió sobre él: y se calentó la carne del niño. Y, bajando, se paseó por la casa de una parte a otra: y después subió, y se tendió sobre él: y respiró el niño siete veces, y abrió los ojos. Entonces él llamó a Giezi, y díjole: Llama a la Sunamita. Y, habiendo entrado ella, le dijo él: Toma tu hijo. Fue ella, y se arrojó a sus pies, y le veneró, postrada en tierra: y tomó a su hijo, y salió. Y Eliseo se volvió a Gálgala.

LA LEY ANTIGUA

Todas las maravillas del plan divino para salvar al hombre se hallan reunidas en este relato. El hijo muerto es figura del género humano privado de la vida por el pecado; pero Dios ha determinado devolvérsela. Primero es enviado un criado junto al cadáver; este criado es Moisés. Su misión viene de Dios; mas la ley de que es portador no restituye la vida. Esta ley está representada en el bastón de Giezi con el cual intentaba en vano tener contacto con el cuerpo del hijo. La ley es señal del rigor; establece un régimen de temor, a causa de la dureza del corazón de Israel; ella apenas triunfa; y los justos para ser verdaderamente tales deben aspirar a algo más perfecto y filial. El Mediador debe suavizar todo haciendo descender del cielo la caridad, está prometido, está figurado; más aún no se ha encarnado ni ha habitado entre nosotros. El muerto no ha resucitado y por tanto se necesita que venga el mismo hijo de Dios.

EL REDENTOR

Eliseo es figura de este divino Redentor. Mirad como se encoge para adaptarse a la medida del cuerpo del hijo, como se une fuertemente a todos sus miembros en medio del silencio de esta habitación cerrada. Así el Verbo del Padre, ocultando su esplendor en el seno de una Virgen, se unió a nuestra naturaleza, y “tomando la forma de un esclavo se anonadó hasta hacerse semejante al hombre[1]” “con el fin de devolvernos la vida y una más abundante todavía[2]” que aquella que tuvimos al principio. Observad también lo que sucede con el hijo y cuáles son las señales de la resurrección que él se obra. Su pecho se dilata siete veces y aspira; este movimiento indica la entrada del Espíritu con sus siete dones en el alma humana, templo de Dios. Abre sus ojos para considerar el fin de esta ceguera mortal; porque los muertos no gozan ya de la luz, y las tinieblas de la tumba son su herencia. Finalmente considerad a esta mujer, a esta madre; es figura de la Iglesia. Implora la resurrección de sus queridos catecúmenos, de todos los infieles que aún viven en las sombras de la muerte[3]. Unámonos a su oración, y esforcémonos por obtener que la luz del Evangelio se derrame más y más y que los obstáculos que opone a su propagación la maldad de Satanás, junto con la malicia de los hombres, desaparezcan para siempre.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas.

En aquel tiempo, iba Jesús a una ciudad, que se llama Naim: e iban con Él sus discípulos, y una turba copiosa. Y, cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar un difunto, hijo único de su madre: y ésta era viuda: y con ella venía mucha gente de la ciudad. Cuando el Señor la vio, movido de misericordia hacia ella, le dijo: No llores. Y se acercó, y tocó el féretro. (Y los que lo llevaban se pararon.) Y dijo: Joven, a ti te lo digo, levántate. Y se sentó el que estaba muerto, y comenzó a hablar. Y se lo entregó a su madre. Y se apoderó de todos el respeto: y alabaron a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros: y Dios ha visitado a su pueblo.

EL MILAGRO DE NAIM

Hoy y mañana aún, la Iglesia nos ofrece continuamente figuras de la resurrección; son un anuncio de la proximidad de la Pascua y al mismo tiempo un aliento esperanzador para todos los muertos espiritualmente que piden de nuevo la vida. Antes de entrar en las dos semanas consagradas a los dolores de Cristo, la Iglesia asegura a sus hijos el deseado perdón, ofreciéndoles el espectáculo consolador de la misericordia de aquel cuya sangre nos reconcilió. Libres de todos nuestros temores podremos contemplar mejor el sacrificio de nuestra víctima augusta, para asociarnos a sus dolores. Abramos pues los ojos del alma y consideremos el espectáculo que nos ofrece el Evangelio. Una madre desconsolada preside el duelo del hijo único, y su dolor es inconsolable. Jesús se mueve a compasión; manda parar el cortejo; su mano divina toca el féretro y su voz llama a la vida al joven cuya muerte había sido causa de tantas lágrimas. El escritor sagrado insiste en decirnos que Jesús le entregó a su madre. ¿Quién es esta madre desconsolada sino la Iglesia que preside el duelo de un gran número de sus hijos? Jesús viene para consolarla. Pronto, por ministerio de los sacerdotes va a extender su mano sobre todos los muertos, va a pronunciar sobre ellos la palabra de resurrección; y la Iglesia recibirá en sus brazos maternos llenos de vida y alegría a estos hijos cuya pérdida lloraba.

LAS TRES RESURRECCIONES

Consideremos el misterio de las tres resurrecciones obradas por Jesús: la de la hija del príncipe de la sinagoga[4]; la del joven de hoy y la de Lázaro que presenciaremos mañana. Acaba de expirar la joven; más, aún no la han enterrado; es figura del pecador que todavía no ha contraído el hábito y la insensibilidad del mal; el joven representa al pecador que no ha querido hacer ningún esfuerzo para salir de ese estado: en él la voluntad ha perdido su energía. Le conducen al sepulcro; y sin el encuentro del Salvador hubiera ido a colocarse para siempre entre los demás muertos. Lázaro es un símbolo aún más terrible. Este es ya presa de la corrupción. Una piedra rodada sobre la tumba condena al cadáver a una lenta e irremediable disolución. ¿Podrá recobrar de nuevo la vida? La recobrará si Jesús se digna ejercer en él su poder divino. Por eso la Iglesia ora y ayuna en estos días. Oremos y ayunemos con ella con el fin de que estas tres clases de muertos oigan la voz del Hijo de Dios y resuciten. El misterio de la resurrección de Jesucristo va a producir su efecto maravilloso en estos tres grados. Unámonos a los designios de la divina misericordia; insistamos de día y de noche junto al Redentor. Pocos días después, podremos, ante la presencia de tantos muertos resucitados, clamar con los habitantes de Naim: “Tenemos con nosotros un gran profeta y Dios ha visitado a su pueblo.”

ORACIÓN

Humillad vuestras cabezas a Dios.

Oh Dios, Maestro y Rector de tu pueblo, aleja de él los pecados que le combaten: para que siempre te sea grato y esté seguro de tu amparo. Por el Señor.

Fuente: GUERANGER, Dom Prospero (1954). El Año Litúrgico. Burgos, España. Editorial Aldecoa.


[1] Philip., 11, 7.

[2] San Juan, X, 10

[3] Isaías, IX, 2.

[4] La Iglesia nos cuenta este relato en el Evangelio del Domingo XXIII después de Pentecostés.